martes, 9 de mayo de 2017

Las madres de la plaza y la persistencia de una sensibilidad común en un contexto de individualismo pragmático


Las madres  de la plaza y la persistencia de una sensibilidad común en un contexto de individualismo pragmático
Lucas Rubinich
En el contexto de la extrema fragmentación producto del predominio de la cultura del capital financiero,  donde lo fuerte es la moral de ganadores y perdedores atenuada por una escenografía republicana de cartón, vuelven viejas preguntas sobre las posibilidades de construir colectivos sociales amplios y sólidos sin renegar del archipiélago, o, ligadas a estas, si, por lo menos,  existen elementos básicos que, ante determinadas circunstancias, actualizan algo parecido a una moral común, posible base de construcción futura de esos colectivos. Y son buenas preguntas sociológicas, pero también políticas, ya que es sabido que innumerables minorías agrupadas  muchas veces efímeramente sobre derechos parciales, hacen muy difícil que la mayoría de la sociedad pueda hacer escuchar su voz en asuntos fundamentales frente a los poderes de las grandes corporaciones.
La sociedad argentina es afectada, con sus terribles singularidades, desde la mitad de los años setenta, por procesos de transformación de la economía que resultan en la destrucción de mercados de trabajo, en la desvalorización de lo público, y del conjunto de instituciones consideradas del viejo orden ( sindicatos, Ps Ps, legislación que considera distintos derechos sociales, etc.), generadoras  estas últimas, de condiciones para la creación de colectivos sociales amplios  con intereses comunes capaces de realizar acciones en consecuencia. Ante el deterioro, y en algunos casos destrucción, de esas viejas instituciones, la cultura del individuo pragmático, que ya había encontrado distintas formas de legitimación práctica, se afianza estructuralmente en los 90. La caída del muro es la frutilla del postre para un proceso que se extendía arrolladoramente de la mano del capital financiero en el escenario de las debilitadas democracias republicanas. En Argentina, aún con respuestas como la del 2001, y con atenuaciones de la política surgidas de esa experiencia social, las condiciones estructurales y culturales de la fragmentación,  continuaron presentes, y han revivido con fuerza en el actual gobierno.
La cultura de los ganadores exitosos, frente a la sociedad fragmentada, da derechos a la manipulación de instituciones deterioradas de la república, y al uso de la retórica política como una herramienta efímera, circunstancial, que no supone ninguna afirmación de principios morales ni políticos. Es la política del focus group y la encuesta para, mientras se hace lo que se tiene que hacer, dar a cada grupo una lectura de lo hecho, de acuerdo a sus deseos circunstanciales, aunque las afirmaciones sean contradictorias, Es posible sostener una opinión en público dirigida a un núcleo duro de adherentes y a los pocos minutos relativizarla, pensando en grupos más amplios. Se puede promover una decisión política,  satisfaciendo a un sector, y ante reacciones en contra que se consideren más o menos significativas, afirmar que se está en desacuerdo con ella, y eventualmente, retroceder para intentarlo en otro momento. Los asesores  gubernamentales aconsejan no dar mucha importancia a los significados densos de las palabras, porque no hay colectivos fuertes que puedan reaccionar frente a lo que se dice, y más vale  actuar  gestos que puedan hacer empatía con sensaciones débiles y más o menos efímeras, que al fin resultan efectivos para sostener la imagen del día a día                                                                                                                          
La clave de esta habilitación es que, efectivamente la relación entre el poder económico y político e individuos, o fragmentos sumados de individuos reunidos sobre un interés parcial, sin causas trascendentes que posibiliten elementos comunes para algún tipo de identidad colectiva amplia, es una relación claramente asimétrica. Es así que en base a  puras relaciones de fuerza,  el poder construido sobre la fragmentación, imagina que es posible atender esos intereses si no resultan molestos para los propios, hacerlo parcialmente, o quizás directamente ignorarlos, en principio sin grandes consecuencias.
Es verdad que en la sociedad argentina hay tradición de distintas experiencias de lucha que llegan hasta el presente,  también es cierto que existen sindicatos, y que más allá de los cambios en el mercado de trabajo y desprestigios de alguna dirigencia, son aun sindicatos fuertes;  nadie ignora, por fin, que ante el desempleo de los 90 surgieron y se mantienen distintas experiencias de autoorganización popular. Sin embargo, una mirada atenta puede reconocer que muchas de esas instituciones a las que el clima predominante ve como parte de un viejo orden, sobreviven con distintos, y a veces graves, estados de deterioro. Los viejos partidos políticos no existen como partidos. Son las hilachas de lo que fueron, los  banderas desteñidas apenas se levantan en grupos fragmentados que pueden moverse hacia distintas posiciones, sin las inhibiciones de estar renegando de una tradición,  simplemente porque no existe ese colectivo que vitalizaba la institución y le confería poder inhibidor. Los cambios en el mercado de trabajo dejaron a franjas de población de las periferias de las grandes ciudades con dos generaciones sin conocer el trabajo formal, y sujetas a la violencia, producto de complejas relaciones con las agencias policiales implicadas en la distribución de droga. Los sectores medios con ingresos medios y bajos, se encuentran con múltiples opciones culturales y religiosas para dar sentido a una lucha por la vida en la que no les toca el lugar de los mejores.
 En fin, hay una situación estructural de fragmentación, y también prácticas en lugares relevantes de la sociedad en la que parece afirmarse el reconocimiento de que los fracasos de enteros grupos sociales son independientes de la responsabilidad colectiva. Y que, en todo caso, vía la acción filantrópica, los “mejores” podrán tender a los “peores” una mano paternal y caritativa. La noción de autoafirmación individual que responsabiliza al individuo de sus fracasos y de sus éxitos, deteriora progresivamente la idea de ciudadano que puede intervenir sobre los mecanismos sociales que habilitan a la realización de la ciudad como un todo,  donde prime el logro del bien común. Las instituciones republicanas colonizadas por el individualismo pragmático les  impiden poco a los ganadores, y cuando los ganadores gobiernan sin la inhibición de alguna tradición, los límites son todavía menores No obstante, es posible imaginar que en las sociedades pueden existir, inclusive sobreviviendo a cambios culturales importantes destructores de viejas conquistas,  elementos deudores de algunas experiencias míticas que ante determinadas situaciones actualizan un lazo común, un piso básico de moral común.
Hay algo de ese piso básico de moral común en la sociedad argentina, y se construye como asociado y derivado de una experiencia fundamental que se inició hace menos de 50 años: la de madres y abuelas de Plaza de Mayo. Esa experiencia tiene dos aspectos que contribuirán a armar ese piso moral común. En primer lugar la figura imborrable de un puñado de mujeres  que con gran coraje y dignidad desafían a la tiranía pidiendo por sus hijos, manifestando en una extraordinaria situación de desprotección. Y el desafío es mayúsculo, porque sus cuerpos  que el sentido común imagina frágiles, pisan con decisión y seguramente con miedo, el ágora central. Están allí frente a los edificios que albergan el poder, revalorizando un símbolo de la república en momentos en que esta fue arrasada. El estado en su accionar clandestino secuestra y mata a tres de las fundadoras, pero ellas continúan. Atropelladas por los caballos de la guardia de infantería, estigmatizadas por sectores de la prensa, su lucha continuó con persistencia y lograron ser un factor fundamental en la revisión de la historia que posibilitó el juicio a las juntas, y la caracterización de lo actuado por los militares como delitos de lesa humanidad. Ese es el otro elemento fundamental que contribuirá a armar ese piso de moral común. La mirada sensible y valiente  de las madres a través de la cual la sociedad tuvo una descripción de la barbarie estatal más allá de las legítimas visiones ideológicas y políticas. Una mirada sensible de mujeres que habían sido mujeres comunes, y que lograban recomponer una moral radicalmente confrontativa con aquellas formas que los teóricos de la guerra antisubversiva habían impuesto y  un sector del mundo dirigencial había aceptado como práctica habitual: el secuestro  y cautiverio en condiciones de clandestinidad, la tortura en diversas formas, el abuso sexual, el trabajo en condiciones de sumisión y , en el caso argentino, el intento de abolir el pasado desapareciendo los cuerpos y quitando la identidad a los hijos de los secuestrados y desaparecidos
Distintos sectores de la sociedad argentina a partir de la democracia establecida en 1983, fueron rearmando su mirada de la historia reciente a través de los ojos sensibles de las madres. Ellas expandieron ese piso moral  conmoviendo a distintos tipos sociales de esta sociedad de movilidad social ascendente y de migraciones diversas, que tiene características constitutivas que habilitan esa emoción. En esta sociedad plebeya con arrolladora cultura igualitaria, conmueven, de manera preideológica, los sufrimientos de los desprotegidos que no se resignan, tanto como las rebeldías que se enfrentan, con éxito o sin él, a las arbitrariedades de los poderosos. Sensibilidades construidas con las propias experiencias familiares, con los miles de folletines estilizadores de la sensibilidad romántica de Victor Hugo, con el Martín Fierro, con Chaplin, encuentran una potente afinidad de sentimientos en la épica y la consecuencia de las madres y abuelas de plaza de mayo, derribando barreras culturales, políticas y sociales. Y  tal vez estas mujeres cumpliendo el papel civilizatorio de hacer ver  la barbarie estatal como formas nefastas de la condición humana, construyeron  algo así como un humus potencialmente habilitador de una base moral común, que quizás puede revivir ante situaciones particulares, aún en el mundo de la sobrevivencia de los mejores.


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