Las madres de la
plaza y la persistencia de una sensibilidad común en un contexto de
individualismo pragmático
Lucas Rubinich
En el contexto de la extrema fragmentación producto del
predominio de la cultura del capital financiero, donde lo fuerte es la moral de ganadores y
perdedores atenuada por una escenografía republicana de cartón, vuelven viejas
preguntas sobre las posibilidades de construir colectivos sociales amplios y
sólidos sin renegar del archipiélago, o, ligadas a estas, si, por lo menos, existen elementos básicos que, ante
determinadas circunstancias, actualizan algo parecido a una moral común, posible
base de construcción futura de esos colectivos. Y son buenas preguntas sociológicas, pero también políticas, ya que es sabido que innumerables minorías
agrupadas muchas veces efímeramente
sobre derechos parciales, hacen muy difícil que la mayoría de la sociedad pueda
hacer escuchar su voz en asuntos fundamentales frente a los poderes de las grandes
corporaciones.
La sociedad argentina es afectada,
con sus terribles singularidades, desde la mitad de los años setenta, por
procesos de transformación de la economía que resultan en la destrucción de mercados
de trabajo, en la desvalorización de lo público, y del conjunto de instituciones
consideradas del viejo orden ( sindicatos, Ps Ps, legislación que considera
distintos derechos sociales, etc.), generadoras estas últimas, de condiciones para la creación
de colectivos sociales amplios con
intereses comunes capaces de realizar acciones en consecuencia. Ante el
deterioro, y en algunos casos destrucción, de esas viejas instituciones, la
cultura del individuo pragmático, que ya había encontrado distintas formas de
legitimación práctica, se afianza estructuralmente en los 90. La caída del muro
es la frutilla del postre para un proceso que se extendía arrolladoramente de
la mano del capital financiero en el escenario de las debilitadas democracias
republicanas. En Argentina, aún con respuestas como la del 2001, y con
atenuaciones de la política surgidas de esa experiencia social, las condiciones
estructurales y culturales de la fragmentación, continuaron presentes, y han revivido con
fuerza en el actual gobierno.
La cultura de los ganadores exitosos, frente a la sociedad
fragmentada, da derechos a la manipulación de instituciones deterioradas de la
república, y al uso de la retórica política como una herramienta efímera,
circunstancial, que no supone ninguna afirmación de principios morales ni
políticos. Es la política del focus group y la encuesta para, mientras se hace
lo que se tiene que hacer, dar a cada grupo una lectura de lo hecho, de acuerdo
a sus deseos circunstanciales, aunque las afirmaciones sean contradictorias, Es
posible sostener una opinión en público dirigida a un núcleo duro de adherentes
y a los pocos minutos relativizarla, pensando en grupos más amplios. Se puede promover
una decisión política, satisfaciendo a
un sector, y ante reacciones en contra que se consideren más o menos
significativas, afirmar que se está en desacuerdo con ella, y eventualmente,
retroceder para intentarlo en otro momento. Los asesores gubernamentales aconsejan no dar mucha
importancia a los significados densos de las palabras, porque no hay colectivos
fuertes que puedan reaccionar frente a lo que se dice, y más vale actuar gestos que puedan hacer empatía con sensaciones
débiles y más o menos efímeras, que al fin resultan efectivos para sostener la imagen del día
a día
La clave de esta habilitación es que, efectivamente la relación entre el poder económico y político e individuos, o fragmentos
sumados de individuos reunidos sobre un interés parcial, sin causas
trascendentes que posibiliten elementos comunes para algún tipo de identidad
colectiva amplia, es una relación claramente asimétrica. Es así que en base a puras relaciones de fuerza, el poder construido sobre la fragmentación,
imagina que es posible atender esos intereses si no resultan molestos para los
propios, hacerlo parcialmente, o quizás directamente ignorarlos, en principio
sin grandes consecuencias.
Es verdad que en la sociedad argentina hay tradición de
distintas experiencias de lucha que llegan hasta el presente, también es cierto que existen sindicatos, y
que más allá de los cambios en el mercado de trabajo y desprestigios de alguna
dirigencia, son aun sindicatos fuertes; nadie ignora, por fin, que ante el desempleo
de los 90 surgieron y se mantienen distintas experiencias de autoorganización
popular. Sin embargo, una mirada atenta puede reconocer que muchas de esas
instituciones a las que el clima predominante ve como parte de un viejo orden,
sobreviven con distintos, y a veces graves, estados de deterioro. Los viejos partidos
políticos no existen como partidos. Son las hilachas de lo que fueron, los banderas desteñidas apenas se levantan en
grupos fragmentados que pueden moverse hacia distintas posiciones, sin las
inhibiciones de estar renegando de una tradición, simplemente porque no existe ese colectivo
que vitalizaba la institución y le confería poder inhibidor. Los cambios en el
mercado de trabajo dejaron a franjas de población de las periferias de las
grandes ciudades con dos generaciones sin conocer el trabajo formal, y sujetas
a la violencia, producto de complejas relaciones con las agencias policiales
implicadas en la distribución de droga. Los sectores medios con ingresos medios
y bajos, se encuentran con múltiples opciones culturales y religiosas para dar
sentido a una lucha por la vida en la que no les toca el lugar de los mejores.
En fin, hay una
situación estructural de fragmentación, y también prácticas en lugares
relevantes de la sociedad en la que parece afirmarse el reconocimiento de que
los fracasos de enteros grupos sociales son independientes de la
responsabilidad colectiva. Y que, en todo caso, vía la acción filantrópica, los
“mejores” podrán tender a los “peores” una mano paternal y caritativa. La
noción de autoafirmación individual que responsabiliza al individuo de sus
fracasos y de sus éxitos, deteriora progresivamente la idea de ciudadano que
puede intervenir sobre los mecanismos sociales que habilitan a la realización
de la ciudad como un todo, donde prime el
logro del bien común. Las instituciones republicanas colonizadas por el
individualismo pragmático les impiden
poco a los ganadores, y cuando los ganadores gobiernan sin la inhibición de
alguna tradición, los límites son todavía menores No obstante, es posible
imaginar que en las sociedades pueden existir, inclusive sobreviviendo a
cambios culturales importantes destructores de viejas conquistas, elementos deudores de algunas experiencias
míticas que ante determinadas situaciones actualizan un lazo común, un piso
básico de moral común.
Hay algo de ese piso básico de moral común en la sociedad argentina,
y se construye como asociado y derivado de una experiencia fundamental que se
inició hace menos de 50 años: la de madres y abuelas de Plaza de Mayo. Esa
experiencia tiene dos aspectos que contribuirán a armar ese piso moral común. En
primer lugar la figura imborrable de un puñado de mujeres que con gran coraje y dignidad desafían a la
tiranía pidiendo por sus hijos, manifestando en una extraordinaria situación de
desprotección. Y el desafío es mayúsculo, porque sus cuerpos que el sentido común imagina frágiles, pisan con
decisión y seguramente con miedo, el ágora central. Están allí frente a los
edificios que albergan el poder, revalorizando un símbolo de la república en
momentos en que esta fue arrasada. El estado en su accionar clandestino secuestra
y mata a tres de las fundadoras, pero ellas continúan. Atropelladas por los
caballos de la guardia de infantería, estigmatizadas por sectores de la prensa,
su lucha continuó con persistencia y lograron ser un factor fundamental en la
revisión de la historia que posibilitó el juicio a las juntas, y la caracterización
de lo actuado por los militares como delitos de lesa humanidad. Ese es el otro
elemento fundamental que contribuirá a armar ese piso de moral común. La mirada
sensible y valiente de las madres a
través de la cual la sociedad tuvo una descripción de la barbarie estatal más
allá de las legítimas visiones ideológicas y políticas. Una mirada sensible de
mujeres que habían sido mujeres comunes, y que lograban recomponer una moral radicalmente
confrontativa con aquellas formas que los teóricos de la guerra antisubversiva habían
impuesto y un sector del mundo
dirigencial había aceptado como práctica habitual: el secuestro y cautiverio en condiciones de clandestinidad,
la tortura en diversas formas, el abuso sexual, el trabajo en condiciones de
sumisión y , en el caso argentino, el intento de abolir el pasado
desapareciendo los cuerpos y quitando la identidad a los hijos de los
secuestrados y desaparecidos
Distintos sectores de la sociedad argentina a partir de la
democracia establecida en 1983, fueron rearmando su mirada de la historia
reciente a través de los ojos sensibles de las madres. Ellas expandieron ese
piso moral conmoviendo a distintos tipos
sociales de esta sociedad de movilidad social ascendente y de migraciones
diversas, que tiene características constitutivas que habilitan esa emoción. En
esta sociedad plebeya con arrolladora cultura igualitaria, conmueven, de manera
preideológica, los sufrimientos de los desprotegidos que no se resignan, tanto
como las rebeldías que se enfrentan, con éxito o sin él, a las arbitrariedades
de los poderosos. Sensibilidades construidas con las propias experiencias
familiares, con los miles de folletines estilizadores de la sensibilidad
romántica de Victor Hugo, con el Martín Fierro, con Chaplin, encuentran una
potente afinidad de sentimientos en la épica y la consecuencia de las madres y
abuelas de plaza de mayo, derribando barreras culturales, políticas y sociales. Y
tal vez estas mujeres cumpliendo el
papel civilizatorio de hacer ver la
barbarie estatal como formas nefastas de la condición humana, construyeron
algo así como un humus potencialmente habilitador
de una base moral común, que quizás puede revivir ante situaciones particulares,
aún en el mundo de la sobrevivencia de los mejores.
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